Hace unos meses descubrí una canción de esas
que dependiendo del momento en el que aparece en tu vida parece que el autor
sea tu biógrafo personal. Es de esas
canciones que se escuchan tumbado en la cama en posición fetal y con las que te
sientes víctima del mundo.
Si llega en el momento exacto de tu vida es
una corona que aprieta. Es la máxima empatía con tus sentimientos, pero a la
vez te recuerda de qué tipo de emociones se trata y entonces la sensación deja
de ser tan maravillosa.
Pero es mentira. La canción no te entiende en
absoluto. No tiene nada que ver contigo. De hecho, tiene tan poco que ver
contigo que por no hablar no habla ni de lo que creías que hablaba.
Esto me ocurrió con Ojalá, del poeta y
compositor Silvio Rodríguez. ¿Quién iba a pensar que no era lo que parecía? Veamos
la letra:
Ojalá que las hojas no te toquen
el cuerpo cuando caigan
para que no las puedas convertir
en cristal
ojalá que la lluvia deje de ser
el milagro que baja por tu cuerpo
ojalá que la luna pueda salir sin
ti
ojalá que la tierra no te bese
los pasos.
Ojalá se te acabe la mirada
constante
la palara precisa, la sonrisa
perfecta
ojalá pase algo que te borre de
pronto
una luz cegadora, un disparo de
nieve
ojalá por lo menos que me lleve
la muerte
para no verte tanto, para no
verte siempre
en todos los segundos, en todas
las visiones
ojalá que no pueda tocarte ni en
canciones
Ojalá que la aurora no dé gritos
que caigan en mi espalda
ojalá que tu nombre se le olvide
esa voz
ojalá las paredes no retengan tu
ruido de camino cansado
ojalá que el deseo se vaya tras
de ti
a tu viejo gobierno de difuntos y
flores
Ojalá se te acabe la mirada constante
la palara precisa, la sonrisa perfecta
ojalá pase algo que te borre de pronto
una luz cegadora, un disparo de nieve
ojalá por lo menos que me lleve la muerte
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones
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Hay una frase que me gustaría destacar: ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.
Es exactamente la sensación que he intentado describir al principio de la
entrada. Las canciones pueden ser a menudo los sentimientos hechos melodía. Qué
mala suerte que esta canción no hable de los mismos sentimientos que yo creí
interpretar.
Aparentemente es una canción que evoca al
olvido de la persona amada. Expresa claramente el desasosegado deseo de
eliminar absolutamente todo rastro de alguien en tu vida, llegando incluso a
desear la muerte si no pude ser posible. Al contarlo de un modo poético uno se
siente sumergido en un mar de nostalgia y desesperación, y ese punteado con la
guitarra parece miles de pequeños alfileres que se van clavando en la
consciencia.
Así me sentía yo hasta que supe que el autor
era cubano. Eso creía yo que expresaba hasta que me enteré de que Silvio
Rodríguez pertenece al movimiento de la Nueva Trova Cubana. Eso imaginaba hasta
que sospeché que Ojalá era una canción protesta. Y lo es. En toda regla.
Entonces uno se relee el poema y se da cuenta de que las cosas no son lo que
parecen. O que una cosa puede parecer muchas otras a su vez.
El amante a olvidar en esta canción es el
dictador. La patria cubana siente ante su sistema político lo mismo que siente
alguien que sufre por desamor: está entre el deseo de salir del apuro y el no
poder escapar de él. Y Silvio se queja del fanatismo (ojalá que la tierra no te bese
los pasos) y del autoritarismo (Ojalá se te acabe la mirada constante, la
palara precisa, la sonrisa perfecta).
Uno se siente estúpido cuando lee
a tu viejo gobierno de difuntos y flores,
y se da cuenta de que aquí se ve claramente que la canción habla de política.
No es que tenga un trasfondo revolucionario, no, es que habla de revolución. Lo
que parece una metáfora, una exageración del poder que puede tener alguien
sobre su enamorado, es en verdad lo más explícito del escrito.
Así pues, esta semana tenemos un
poco de lo que parece y no es, de anhelos por ser comprendido y de dilogismos.
Vayamos con cuidado la próxima vez que busquemos la empatía en unos cuantos
versos. Pero hasta entonces, sigamos imaginándonos que somos el ombligo del
mundo y que todo cuanto nos rodea tiene que ver con nosotros…
Cristina Sánchez, Pastel de fresas
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